Luz vulnerada

Luz Vulnerada Cartel

Luz vulnerada

En un tiempo anterior a cualquier concepto de  arquitectura, el hombre primitivo pintaba animales en las paredes y techos de las cuevas, en lo que se ha interpretado como un acto de invocación, no exenta de admiración, [1] y cuya finalidad última sería la caza del animal como medio básico de supervivencia.  Esta exposición trata de establecer un paralelismo entre la experiencia de la cueva y la cúpula de Niemeyer,  cuyo interior es entendido como una caverna construida, pasada por el tamiz y la alta sofisticación de la cultura a la que ha llegado el  hombre.

Repetir, con la tecnología actual, aquel acto primitivo para proponer un nuevo modelo de invocación, que ya no busca la captura del animal sino la aproximación y la comprensión de sus cualidades esenciales y, finalmente, de la necesidad de su existencia. Repetir para revisar, en este caso, nuestro concepto básico de supervivencia en relación a la naturaleza.

Presente con frecuencia en las pinturas prehistóricas, el ciervo adquiere a lo largo de la historia un fuerte simbolismo, que le relaciona con lo arbóreo, la mística de la luz y con conceptos de renovación cíclica. Ha sido ligado, por autores como Cirlot, al Arbol de la Vida por la semejanza de su cornamenta con las ramas arbóreas y es símbolo del espíritu para místicos como San Juan de la Cruz. Desde tiempos ancestrales el espectro simbólico del ciervo tiende un puente entre lo instintivo y lo espiritual, la tierra y el cielo, representados aquí por los conceptos superpuestos de caverna y cúpula.

En la actualidad el ciervo es el animal sacrificado prioritariamente por la caza, donde su valor como trofeo está en relación a su belleza. Estos ciervos que caminan por la cúpula adquieren, con su especial naturalidad,  el aspecto de entidades lumínicas,  que dan testimonio silencioso de su existencia sesgada y de la destrucción de los entornos naturales en todo el planeta, que en Brasil, lugar de origen de Niemeyer, es también la destrucción del hábitat de los pueblos indígenas, los humanos primitivos actuales. Este trabajo aspira  a establecer un diálogo coherente con el edificio y con el perfil  humanista de Niemeyer, que creyó firmemente en la posibilidad de mejorar el mundo a través del arte, la arquitectura y el compromiso social. Las llamadas utopías de los años 60 quizá fracasaron en sus aplicaciones prácticas, pero perder lo que las utopías representaban fue sin duda nuestro mayor fracaso.

La finalidad última de esta nueva invocación es, por tanto, proponer al espectador la necesidad de revisar profundamente nuestro concepto de supervivencia en relación a la naturaleza, que ya no puede ser antagónico. Y de modo especial nuestra relación con el mundo animal, sometido a la caza, a la destrucción de su entorno natural y al maltrato y la tortura en el caso de los animales que sirven de alimento al hombre, que siempre estará en deuda con ellos.

Los estudios acerca de la percepción de los animales apuntan a una especie de pensamiento en imágenes en el que la presencia es un elemento estructural y dinámico básico. Este trabajo trata también de aproximar nuestra experiencia a la de ellos, y a la vez plantear preguntas acerca de la relación entre invocación y presencia. Si una de las funciones  básicas del lenguaje es nombrar lo ausente, la invocación es el primer acto cultural, en el que el deseo, la admiración y la tragedia de la ausencia configuran una acción que culmina en el origen de la representación en imágenes.


  1. Diversos estudios acerca de los dibujos prehistóricos parecen concluir que el hombre primitivo se representa a si mismo como un ser inferior a los animales,  a los que admira. Aparentemente el desarrollo de la conciencia conllevó un sentimiento de vergüenza o culpa ante la pérdida de la unidad con la naturaleza, que seguramente está en el origen del mito bíblico del pecado original.